La Crisis, o La Posibilidad de Evitar la Catástrofe

The Crisis, or The Possibility of Avoiding the Catastrophe         

 

Recibido: 02/05/2020  

Aceptado: 07/05/2020

 

Camilo Moncada Morales1*, Yairsiño Oviedo Correa2

1*. Universidad Cooperativa de Colombia, Colombia, Email: [email protected] ORCID ID:  https://orcid.org/0000-0002-8434-0875     

2. Universidad Central de Colombia, Colombia, Email: [email protected] ORCID ID:  https://orcid.org/0000-0002-1226-181X     

 

Para Citar:  Moncada Morales, C. & Oviedo Correa, Y. (2020). La Crisis, o La Posibilidad de Evitar la Catástrofe. Dialektika: Revista De Investigación Filosófica Y Teoría Social, 2 (4), 82-86. Recuperado a partir de https://journal.dialektika.org/ojs/index.php/logos/article/view/31

 

Resumen: Este escrito busca abrir la discusión sobre la necesidad que tenemos de entender, como individuos y sociedad, lo que sucede hoy en día: la necesidad que tenemos de una transformación en nuestras formas de asumir el mundo, nuestra relación con los otros y la naturaleza. Por esto, invita a comprender la responsabilidad que tenemos como seres pensantes de gestar nuevas formas de ver la realidad y construir, a partir de la crisis actual, un mundo justo y más igualitario, un mundo en común.

Palabras clave: economía, sacrificio, crisis, cambio, catástrofe.

 

Abstract: This paper seeks to open the discussion about the need we have to understand, as individuals and society, what is happening today: the need we have for a transformation in our ways of taking on the world, our relationship with others, and nature. For this reason, it invites us to understand the responsibility we have as thinking beings to create new ways of seeing reality and to build, from the current crisis, a just and more equal world, a world in common.

Keywords: economy; sacrifice; crisis; change; catastrophe.

 

 


En medio del silencio producido por la detención del tráfico vehicular y la reducción de la producción industrial, en el centro de un paisaje descontaminado que incluso nos ha permitido ver estrellas en el día, se han hecho evidentes dos fenómenos de contaminación semiótica: el flujo indiscriminado de información que opaca el horizonte interpretativo y el ruido producido por las opiniones de periodistas, opinadores profesionales y políticos de turno. Sin embargo, a pesar de este parloteo mediático que ha logrado poner en el primer lugar de la escena mundial al denominado Covid-19, y que se ha convertido, de una manera u otra, en un distractor en relación con otros temas de mucha importancia, en las últimas semanas hemos asistido a una interesante discusión acerca de las consecuencias que el pánico global traerá para el mundo capitalista (del cual todos somos parte, querámoslo o no).

Del ala prosistema, se encuentran posiciones, unas más negativas que otras, según las cuales entraremos en una recesión económica sin parangón, de la cual saldremos tarde o temprano y que dejará unos ganadores y unos perdedores (los de siempre), pero que, una vez más, mostrará la capacidad del capitalismo para zanjar las contradicciones (de la mejor manera que conoce, con el sacrificio de todos aquellos que considere prescindibles), y así, reemprender su rumbo fortalecido. Por su parte, del ala “antisistema” (en la que se encuentran grupos de la derecha más recalcitrante y retardataria hasta las posturas de izquierda más radical) hay una gran diversidad de posiciones, desde quienes ven en esta crisis una oportunidad democratizadora y, según dicen, propicia para el triunfo de la solidaridad sobre el individualismo extremo, hasta quienes la ven como el fin del capitalismo y el inicio de un tipo de sociedad alternativa más cooperativa. Dicho de manera simple, la doble cuestión que se presenta es la de si la crisis conducirá a un cambio de nuestra forma de vida y, de ser afirmativa la respuesta, de qué tipo de cambio estaremos hablando.

Desde la filosofía se ha planteado que este puede ser el fin del capitalismo tal y como lo conocemos, y se ha alertado sobre la forma siniestra en que la situación está siendo aprovechada para instaurar formas de hipervigilancia social y normalizar el estado de excepción como devenir natural de “lo político” en esta situación (Dialektika, 2020; Han, Byung-Chul, 2020). Nada alentadores son los pronósticos y se hace énfasis en que solo a través de la toma de conciencia y la renovación de nuestras capacidades de acción podremos asumir los “retos” que este acontecimiento pone ante nosotros. El parloteo y la cháchara mediáticos han tenido a bien criticar estos pronósticos y tildarlos de apocalípticos. Una vez más, las ideas de los filósofos son puestas en la palestra pública (ahora devenida publicitaria) y ridiculizadas; se dice que parecen más teorías de la conspiración o argumentos de películas de ciencia ficción (Waisbord, 2020; Ortuño, 2020). Al final, pretenden reducirlas a los delirios de locos o ancianos, que están tan desconectados de la “realidad”, que no tienen manera de entenderla. Sin embargo, las reducciones a las libertades individuales son evidentes: el escaso acceso a la salud muestra que este no es un derecho; la manera sencilla en que se ha logrado la reducción de la movilidad evidencia que no tenemos libertad de movimiento; la posible escasez de insumos de primera necesidad hace evidente que no somos la sociedad opulenta que nos venden los anuncios publicitarios. En fin, solo basta con echar una mirada a lo que ocurre en las calles de las ciudades para notar las transformaciones que ha tenido nuestro entorno: desde robots que persiguen personas para pedirles su identificación, en Corea, hasta la carta blanca para disparar a quien incumpla los toques de queda, en Filipinas o Perú (en Colombia se ven imágenes de los policías apresando a quienes incumplan el toque de queda o se reúsen a usar un tapaboca, y el uso de drones con cámaras termográficas de largo alcance). ¿Y qué pasa con las expresiones de discriminación de raza e incluso por formas de trabajo (se ha denunciar que, en Colombia, por ejemplo, el personal médico ha sido agredido y echado de supermercados o tiendas por considerarlos un “peligro biológico”)? Y con respecto al trabajo: ¿estamos dispuestos a retroceder varios años en los derechos laborales básicos? Hoy se habla de, una vez terminado el encierro (el nuevo “gran encierro”), extender las jornadas laborales, trabajar en días festivos, reducir salarios, y otras medidas que, lejos de ser transitorias (excepcionales), se convertirán en la norma.

No se trata de pensar el porvenir; es evidente que aquello que llamamos crisis ya está aquí hace mucho, y solo estamos viendo sus formas de expresión más crudas. De ahí que sea necesario pensar la situación con categorías que, aunque a la opinión pública le parezcan exageradas, permitan captar el panorama de una manera mucho más amplia, con el fin de anticiparnos a la catástrofe, la cual no consiste en el cambio efectivo, el final del modo de vida capitalista, sino en el reacople del mismo a costa de innumerables vidas, vidas que, para el sistema, son sacrificables. Si de lo que se trata, entonces, es de hacer gala de nuestra previsión prometeica, en qué punto y cómo nos debemos anticipar. Responderemos que el punto es la crisis, y que el cómo es la crisis

En nuestra larga y turbulenta historia, los conceptos de crisis y cambio siempre van juntos, ya sea porque la primera precede al último, o este ocasiona la primera. Pero este patrón, aparentemente dialéctico, no es exclusivo de “sólidas” teorías historiográficas, sino también, y en primer lugar, de una narrativa cercana a los fundamentos de nuestra cultura occidental: la teología política bíblica. En este sentido, cabe recordar que la pascua hebrea conmemora la salida del “pueblo judío” de Egipto, un cambio que requirió de su respectiva crisis. ¿En qué consistió esta situación crítica que propició el éxodo? Esta fue preparada por las renombradas diez plagas, de las cuales, sin embargo, las nueve primeras no consiguieron persuadir al Faraón, quien no aceptaba que esa fuente de mano de obra barata —y necesaria, diríamos hoy— se fuera así como así. Solo fue la última, la más terrible, la que finalmente lo obligaría a aceptar el éxodo hacia una nueva tierra en el que les permitiría llevar solo lo necesario.

¿Por qué recordar esto en este preciso momento? Porque esta última plaga consistía en la aparición de algo o alguien que daría muerte a los primogénitos de hombres y animales. Los hebreos, como se sabe, estarían a salvo si hacían un ritual muy preciso: sacrificar un cordero (macho y sin mancha alguna; puro), cocinarlo muy bien en el fuego, comerlo después de 14 días (excepto las entrañas), complementar la alimentación con pan ácimo (sin levadura), embadurnar los postes y dinteles de sus casas con la sangre del cordero sacrificado (como señal del pueblo elegido) y resguardarse en estas a la espera de que ese algo mortal pasara y acabara con los primogénitos de las casas no protegidas. Justamente eso fue lo que sucedió: aquel asesino invisible pasó e “hirió de muerte” a los primogénitos de los egipcios, lo que condujo a la desesperación al Faraón y a la decisión de permitir salir a los hebreos (Éxodo, 12: 30-31). El punto álgido de la crisis y detonante del cambio fue la misteriosa mortandad de los primogénitos de quienes no se habían confinado en casas debidamente protegidas: aquellos que no tenían la información necesaria para tomar las medidas de protección. Y en efecto, el cambio ocurrió: los hebreos, que sufrían de los abusos inclementes del Faraón y a quienes se les negaba incluso la posibilidad de practicar libremente su religión, reconocieron su comunidad en Jehová y marcharon juntos hacia la libertad, la cual, paradójicamente, consistió en el autoexilio.

La fórmula parece clara: la situación del pueblo (explotación, hambruna, exclusión, etc.) es el caldo de cultivo de la crisis, si no es que es ella en sí misma. Cuando sus condiciones son insostenibles, aparece la catástrofe, la muerte (a saber, el agente aniquilador que arrebata la vida de una población vulnerable que actúa como chivo expiatorio, como purificador de un pecado). Para aquellos que cuentan con la suficiente información, es posible hacer un sacrificio que les permita evadir esa muerte. Sin embargo, el desconocimiento conlleva a lo peor y sus consecuencias empujan a tomar decisiones que transformen el estado de cosas o que apunten, en un sueño romántico, a retornar a la “normalidad”. Ahora, ¿es posible que, dentro de esta estructura teológico-política, hayamos sostenido esta tradición del cordero sacrificado? Si es así, ¿qué es lo que en la actualidad se nos propone como sacrificio para propiciar el cambio efectivo y anticiparnos a la catástrofe? ¿Quién o qué es el cordero que debe servir de sacrificio? ¿Qué es ese algo mortal que pondrá término a las vidas de los que no anticipan la catástrofe? ¿En qué consiste el cambio efectivo? ¿Cuál es la tierra prometida?

Con fines prácticos, asumamos una definición accesible de la idea de lo sacrificial. Diremos que sacrificar es consagrar algo, volverlo sacro en un acto ceremonial, arrebatarlo de su uso común y volverlo intocable, convertirlo en un tributo que debe ser pagado para alcanzar un objetivo específico: demostrar la fe, obtener la libertad, acceder a un bien, asegurar la vida... Se debe resaltar ese carácter “excepcional” del sacrificio, pues es en él donde se juega el valor de su efectividad. Pero también es necesario resaltar cómo ese aspecto de deuda, de pago, nos ha alcanzado hoy y ha pasado de ser una excepción a una norma. Vemos cómo en esta “sociedad del endeudamiento” y la bancarización todo lo más preciado, incluso la vida misma, se convierte en tributo, en un pago que cumple con los fines bancarios, pero no elimina la deuda, pues el valor pactado es siempre reasignado y puesto fuera del alcance (esta dinámica económica es hoy totalizante, impregna todos los aspectos de la existencia. Un ejemplo simple y que nos toca directamente es la forma en que los bancos han decidido “ayudar” a sus clientes en sus procesos de deuda: no ha habido suspensión de ella; por el contrario, se han rediferido las cuotas y, en consecuencia, hoy debemos más que antes. Somos esclavos del banco unos meses más, pero esto ocurre tamizado por la idea de la “ayuda” que se enmarca en el discurso de la comprensión de la situación y que se disfraza de “asistencialismo”).

Todo es un tributo particular para suplir “necesidades” individuales; todos somos deudores de lo propio (la deuda pública es solo una suma de deudas y pone en entredicho la idea de la división entre lo privado y lo público). No hay responsabilidad común, pues lo único común es el endeudamiento, y la deuda la pagamos como individuos antes que como colectivo. Ahora mismo, debemos pagar por sobrevivir, por mantener nuestra vida biológica: “no hay economía sin salud”, se dice —¡como si la vida en sí misma no hubiese sido siempre el objeto de la economía de lo privado (de la privación), de la oikonomía! —. Hasta hoy, al parecer sin saberlo, habíamos renunciado a muchas de nuestras libertades de manera parcial en nombre de la seguridad, de la normalidad, del sostenimiento del statu quo. Pero hoy nos enfrentamos a una situación en la que ese estatuto de “humanidad endeudada” se hace evidente, se desnuda ante nosotros en nuestra soledad y el confinamiento al que nos vemos sometidos para “salvar la vida”, pero sobre todo, para tener el tiempo suficiente de idear una forma de “salvar la economía”, que no es más que el nombre visible de este sistema en el que los individuos estamos condenados a pagar de forma privada los estragos de un sistema que desde siempre solo nos ha ofrecido la esclavitud en nombre de una rutina y un salario.

Podemos ver ahora que el cordero sacrificial, lo que se nos pide en nombre de la salvación (la moneda de cambio, el tributo), son las ya débiles libertades políticas y la ya precaria construcción de lo público. De manera que se dirá: “¿y ya qué más da?, preferimos eliminar nuestras libertades antes que eliminar nuestra propia vida”, “es preferible esto a la incertidumbre que produce el pensar un mundo diferente”. Se nos dice que no hay otra salida. Que esta situación nos conducirá inevitablemente a recrudecer nuestras deudas, en nombre de una posterior normalización; un retorno a nuestra vida pasada, al sistema como era antes. ¿Realmente queremos eso? ¿Esperamos con tantas ansias volver a aquellos estilos de vida que nos han traído hasta este punto? He aquí la catástrofe: convertir lo que está pasando en una deuda más; traducirlo en una simple necesidad de “mayor financiación”, mayor bancarización, en nombre de la mera supervivencia, con la promesa de volver a ser lo que produjo el terror. Este “molino satánico” (Polanyi, K., 2001) solo busca un pedazo más de nuestros cuerpos (de nuestros cuerpos políticos) para destrozar.

Valga decir que la palabra crisis tiene su origen en el término griego krísis que, a su vez, tiene su origen en el verbo krínō, el cual sirve para significar diferentes acciones: separar, distinguir, elegir, escoger, segregar, evacuar, decidir, dirimir, juzgar... De acuerdo con esto, tiene que ver con los actos de distinción, elección, separación y decisión que conducen al desenlace de un proceso o evento definitivo. Así que, cualquier cambio que emerja en la crisis implica necesariamente un acto de decisión; estar en crisis es estar ante una decisión determinante para la vida. El actual acontecimiento, que identifican como crisis, nos expone al proceso de discernimiento y la decisión que procura el cambio. Si este reconocimiento generalizado de la barbarie civilizatoria a la que hemos llegado no conduce al sacrificio de nuestra subjetividad primitiva y ególatra, no quedará más que el lamento de lo que pudo ser.

Para quienes estamos del lado del cambio, quienes pensamos que es posible anticiparnos a esta catástrofe, no queda más que recurrir a la figura teológico-política y sacrificar, rendir como tributo, lo único común: nuestro estilo de vida actual, con la esperanza de alcanzar una real forma de vida en común, una forma de vida verdaderamente política. Al contrario de las exigencias sacrificiales del sistema, que pretenden usurparnos la potencia del cambio y entre las cuales está la vida misma como moneda extrema, sacrifiquemos esta vida artificial basada en la inequidad, la miseria, la devastación natural y humana, el egoísmo, la corrupción, el sometimiento, la esclavitud y, en general, el empobrecimiento, material y espiritual a los que hemos reducido todo lo humano y lo no-humano. Sacrifiquemos este estilo de vida signado por los discursos de la autogestión productiva, la autonomía solitaria y el endeudamiento; estas existencias autosometidas por el afán de someter a otros, vaciadas de toda experiencia vital real, para ser llenadas con las promesas del consumo y los deseos prefabricados de la comodidad y el gusto. Así, el cambio que esperan los antisistema, y que temen que, a final de cuentas, no se dé, pende de la decisión de sacrificar esta vida artificial, esta máscara que se ha construido con el único objetivo de alimentar y sostener el sistema; una decisión que nos corresponde a todos los que hemos sido partícipes de producir un entorno depredador, una máquina perfecta para fabricar pobreza.

No seamos más carne de moler. Luchemos contra ese molino que hemos fortalecido a lo largo de cientos de años. Todo está dispuesto para una transformación y solo la indiferencia       —la falta de discernimiento— podrá evitarlo, pues esta es, a la vez, la causa de que muchos, si no todos, pierdan cualquier opción de vida —incluso la biológica—. Llegados a este punto (la crisis), tal vez seamos capaces de reconocer que lo que puede poner fin a estas vidas aparentes y generar un cambio sea la toma de una decisión, pues, aunque el estilo de vida depredador ha sido alimentado por todos, únicamente la decisión de dejar de ser parte de este (el autoexilio) nos llevará a la tierra prometida, y común, de otras posibles formas de vida, humanas y no-humanas por igual.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Dialektika (marzo 17, 2020). Dossier: Filosofía y Coronavirus – Los poderes del Gobierno y la libertad individual. Dialektika. Consultado el 27 de abril de 2020 en https://dialektika.org/2020/03/17/filosofia-coronavirus-dossier-poderes-del-gobierno-la-libertad-individual/.

Han, Byung-Chul (marzo 22, 2020). La emergencia viral y el mundo de mañana. Byung-Chul Han, el filósofo surcoreano que piensa desde Berlín. El País. Consultado el 27 de abril de 2020 en https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html.  

Ortuño, Antonio (marzo 30, 2020). Opinar por opinar. El País. Consultado el 27 de abril de 2020 en  https://elpais.com/elpais/2020/03/30/opinion/1585534497_684350.html.

Polanyi, Karl (2001). The Great Transformation. Massachusetts:  Beacon Press books.

Waisbord, S. (2020). Los Falsos Profetas de la Pospandemia. Anfibia. Consultado el 27 de abil de 2020 en http://revistaanfibia.com/ensayo/los-falsos-profetas-la-pospandemia/.