Recibido: 01/04/2020
Aceptado: 05/05/2020
Hayled Martín Reyes Martín 1*
1* Universidad Autónoma de Guerrero, México. Profesor Asistente de la UCLV. Santa Clara, Cuba.
Email: alejandromohr85@gmail.com
ORCID ID: https://orcid.org/0000-0003-0954-7531
Para Citar: Reyes Martín, H. M. (2020). Filosofemas de la Filosofía. Dialektika: Revista De Investigación Filosófica Y Teoría Social, 2(4), 68-75. Recuperado a partir de https://journal.dialektika.org/ojs/index.php/logos/article/view/25.
Resumen: El ensayo es un acercamiento a lo qué es la filosofía. Apela al origen del pensamiento y la función del lenguaje en el saber. No pretende responder a qué se entiende por el concepto de filosofía, sino comprender las funciones de la filosofía en el pensamiento y la vida práctica. Es una introducción al problema (o los problemas) de la filosofía como ciencia, o como la "forma cultural" más influyente en los últimos veinticinco siglos. Los “filosofemas” invitan a la unidad de la discusión filosófica, a través del discurso y las argumentaciones epistemológicas. Como estudio introductorio no intenta abarcar la totalidad, más bien impulsa al acercamiento a estos saberes. Trata la relación de la filosofía con el Ser, y la relación de la filosofía con las demás ciencias y disciplinas.
Palabras clave: Filosofía, Hombre, Pensamiento, Problema, Pregunta.
Abstract: The essay is an approach to what is philosophy. It appeals to the origin of thought and the function of language in knowledge. It is not intended to answer what is meant by the concept of philosophy, but rather to understand the functions of philosophy in thought and practical life. It is an introduction to the problem (or problems) of philosophy as a science, or as the most influential "cultural form" in the last twenty-five centuries. The “filosofemas” invite the unity of the philosophical discussion, through discourse and epistemological arguments. As an introductory study it does not try to cover the whole, rather it encourages the approach to these knowledges. It deals with the relationship of philosophy with Being, and the relationship of philosophy with other sciences and disciplines.
Keywords: Philosophy, Man, Thought, Problem, Question.
Reza una vieja frase, “la filosofía es la madre de todas las ciencias”. Quien primero afirmó esto fue Pitágoras. Esta máxima encierra muchas interpretaciones. En el sentido griego de la palabra “ciencia”, y por demás occidental, tal afirmación resulta efectiva —esto se explicará más adelante. Ahora, si nos remitimos al contexto y a la esencia de la expresión, es una de las mayores incertidumbres del mundo. ¿Por qué esta expresión es un disfraz de la realidad o por lo menos una interpretación falseada de lo que verdaderamente pasó? Para responder esta pregunta hay que remitirse al origen del surgimiento de la filosofía. Entre los siglos VIII y VI a.e.c. surgen transformación en el Mediterráneo oriental sin precedentes en la historia. El período y la región fueron dominados por los griegos, ya que estos se replegaron sobre toda la península balcánica y Asia Menor para colonizar el área. Esta colonización fue llevada a cabo en los mares (Mar Mediterráneo, Mar Egeo, etc.), y por tanto, la actividad marítima resultaba fundamental, esto produjo un mayor aumento en el desarrollo del comercio. Enseguida se notó la influencia de otras grandes culturas en la región como la persa o la egipcia. Esto permitió que se extendiera por la Antigua Grecia una ruta comercial que comunicaba a Europa con Asia. A esto hay que agregar el elemento fundamental en la historia, el surgimiento de la Edad del Hierro. El hierro como factor determinante que cambiaría la vida del hombre entra en Europa por Grecia, especialmente por sus colonias enclavadas en Anatolia (hoy Turquía). Por vía comercial o marítima, el hierro logra alcanzar la expansión y el desarrollo que tuvo después. La actividad en la región generó el aumento del poderío económico, y con ello el surgimiento del ocio, donde algunos se podían dedicar a pensar; en fin, se podían dedicar al ejercicio teorético. Así surge el pensar filosófico. Entonces, más que “madre de todas las ciencias”, la filosofía es la hija de los herreros: la filosofía se debe al desarrollo alcanzado en las regiones jónicas, colonias griegas, en gran medida porque se logra establecer el epicentro mundial del comercio, por sus canales marítimos y por la cultura concentrada en la región, pero sobre todo por el incremento de la actividad del hierro. La filosofía como hija de herreros, edificó las vigas de hierro que sustentan el firmamento del pensamiento occidental. Sobre esto el filósofo español Gustavo Bueno, decía, “la filosofía, en su sentido estricto, no es «la madre de las ciencias», una madre que, una vez crecidas sus hijas, puede considerarse jubilada tras agradecerle los servicios prestados” (Bueno, 1995, p. 13).
No; la filosofía no es madre “jubilada”, más bien es la hija de un proceso sin igual que se dio hace más de 25 siglos en la historia.
El origen griego de la palabra “filo” y “sofía” (etimológicamente, amor a la sabiduría) proviene de las civilizaciones antiguas, pues con anterioridad a la existencia de la figura del filósofo tenían Sabios. Hombres que lo sabían todo. Los griegos fueron los primeros que utilizaron el término para estos hombres que no eran sabios, sino “amantes de la sabiduría”, buscadores de la sabiduría, sin poseerla del todo. A esto se debe el axioma socrático popularizado por Platón sólo sé que no sé nada, que calibró la filosofía desde sus inicios, puesto que partían, a diferencia de los antiguos Sabios, del desconocimiento de las cosas. La idea se convirtió en el fundamento principal de la filosofía: el hombre siempre parte de lo que desconoce, de lo que es extraño a él, para formularse las preguntas sobre el mundo.
El análisis semántico de la palabra “filosofía” —más allá del significado originario de los griegos amor a la sabiduría— denota dos posiciones con respecto a la filosofía, lo mediato y lo inmediato. Si se analiza según el lenguaje coloquial, lo inmediato es aquello que ocurre enseguida, sin que nada se interponga, pero la acepción de inmediato que nos interesa no es la corriente, sino la etimológica, o sea, aquella que deriva del prefijo in que significa “sin” y del vocablo latino mediatus que significa “intermediario”, que resultaría sin intermediario; así la filosofía es el saber que surge sin intermediarios, ya que ella misma es la mediadora de los demás saberes, dígase las demás ciencias (física, matemáticas, biología, antropología, psicología, sociología, etc.). Ahora, el otro aspecto que caracteriza la filosofía, el mediato —que habíamos planteado arriba proviene de la palabra mediatus y significa “intermediario”—, caracteriza absolutamente al desarrollo de las filosofías ya que la filosofía no se deduce en primera instancia, siempre hay algo que se interpone al saber filosófico, entiéndase, entre el sujeto cognoscente y objeto cognoscible. La filosofía es también aquello que media entre los fenómenos, los procesos, las ideas, entre lo material y lo espiritual.
En la búsqueda de los límites de lo narrativo, Paul Ricœur proponía dos criterios, un primer momento que se refería al tiempo, a lo que acontecía a la hora de escribir; y en segundo lugar, destacaba la composición. La filosofía como discurso narrativo, aunque constructivo ya que siempre va re-escribiéndose, tiene mucho en común con las características que definía antes el pensador francés. El límite del relato filosófico son los acontecimientos donde nace, es el espíritu de la época, es como dijera un jovencísimo Carlos Marx en número 195 de la Rheinische Zeitung, la “filosofía es la quintaesencia espiritual de su tiempo” (Marx, 1982, p. 230). La filosofía como discurso y como escritura que trasciende en el tiempo también es composición; esto se refiere a la forma de componer el texto. Así se distinguiría el texto poético del texto narrativo, como se distinguen escritos epistemológicos de escritos axiológicos.
Ahora bien, la filosofía es un problema. Preguntarse por la filosofía o por la historia de la filosofía es un problema filosófico. La palabra “problema” no guarda relación ninguna con las dificultades diarias que enfrentamos los seres humanos en la vida, a las cuales también llamamos problemas. Problema en filosofía es cuando existe más de una opción, cuando hay más de un camino; problema en filosofía es pluralidad. Alguna vez Xavier Zubiri planteó que para que haya un problema en filosofía es necesario que exista un objeto. El filósofo español tuvo cierta certeza en su afirmación, pero en contraste, pensamos que más que un objeto, se necesitan también fenómenos, así cuando analizamos un problema filosófico además del objeto en cuestión vemos que existe un fenómeno que caracteriza el proceso o que circunda el objeto; o sea, el objeto no se encuentra sólo o en la nada, existe en la cosa, en lo fenoménico. Existe un problema en filosofía cuando estamos en presencia de un objeto, pero ese objeto forma parte de un fenómeno o se integra en él mediante relaciones, pero a su vez, éste objeto fenoménico es contradictorio, presenta múltiples opciones, varios momentos o estados. Incluso, en presencia del objeto, la cosa o el fenómeno, y la contradicción, aun así falta algo más, pues las contradicciones y dificultades siempre van a existir; a lo que nos referimos es a que los problemas no pueden ser creados por el hombre, sino que tienen que ser descubiertos. Empero, tanto el objeto como la contradicción existen afuera, el hombre los descubra o no; los problemas existen siempre y esperan a que el hombre los “descubra”; entonces, es el hombre en última instancia quien con su accionar filosófico “problematiza” los problemas.
La pregunta qué es la filosofía por sí sola no dice nada. Es algo neutro. Sólo es la interrogación de alguien sobre algo, que por lo general encuentra un cuestionador. La pregunta no representa algo en sí. Muchos han examinado esto. Esta misma pregunta, realizada a cualquier ser humano varía el significado de acuerdo al consultado; especialmente si el interrogado tiene algún conocimiento filosófico. Cuando se pregunta qué es el color rojo —incluso sin presencia humana—, se “comprendería” lo preguntado y por consiguiente se asociaría con el color de algunos objetos o fenómenos como la flor, el fuego o la sangre. Entonces, para saber qué es la filosofía es necesaria la presencia humana. Si continuamos en esta misma lógica, se entendería que con la mera existencia del Ser no se podría saber todavía qué es la filosofía, pues, sin la cosa, objeto o fenómeno no se podría hacer filosofía. Al respecto, cuando Martin Heidegger preguntaba ¿qué es la filosofía?, en realidad estaba preguntando cuándo filosofamos: que es cuando nos preguntamos por el Ser; por supuesto, el filósofo alemán cuando se preguntaba por el ser, parte de lo que existe, parte de la nada. Entonces, existe el hombre y ese hombre se pregunta qué es la filosofía, pero el hombre no tiene más referencia que la existencia de otros hombres; o sea, no existen las cosas. El hombre incapaz de comparar su presencia con “algo”, termina por negarse e incluso se cuestionaría hasta su propia existencia, ¿cómo saber que vivimos sin tener la referencia de que algo vive? ¿a qué llamaría “vida” el hombre? Así, se comprendería que para darle respuesta a la pregunta además de la obligada presencia del hombre, también sería necesario el estado cosas existentes que llamamos Mundo o lo que los filósofos llamamos “objetividad”. Después de la existencia del hombre y de la presencia de las cosas y los objetos, ese hombre tendría que comprender las cosas y los objetos mismos y relacionarlos, mediante la definición de categoría y elaboración de conceptos. En fin, crearse en su cerebro la imagen de la realidad de las cosas e interpretarlas para poder conocer los fenómenos y procesos, y llegar a comprender qué es la filosofía o por lo menos de que va. Esto resulta muy obvio. Pero es que la filosofía aborda lo obvio. Si comprendemos lo que entraña la obviedad, más allá de lo lineal y literal de la palabra, como el distinguir el camino, delimitar lo falso de lo verdadero y por tanto encontrar la verdad, llegar al conocimiento y reconocer que hay algo que no es, pero sin embargo existe y esto es “obvio”. La filosofía se ocupa de lo que supuestamente aparece como obvio, pero para increparlo; ya que cuando algo se da por sentado no hay desarrollo humano. La filosofía es cambio, no acuña nada establecido. La filosofía es el arte del no-consenso. No es un animal que se adapta al medio, sino más bien trasgrede el medio. Cuando la realidad resulta fácil, aparece la filosofía y arremete contra esta. No es decir “no”; es cuestionar. Por esto, se entiende que la filosofía nunca será ideología, pues cuando un sistema filosófico se convierte en la ideología oficial de un gobierno o país, deja de ser filosofía para constituirse en partido. La filosofía no puede ser catecismo oficial del Estado; la filosofía es lo contrario, es la que polemiza con la ideología oficial, no para increparla en burdo ejercicio contestatario, sino para buscar los deslices de esta, atacarlos y generar el movimiento obligatorio en el pensamiento de las sociedades. Cuando la filosofía se torna en catecismo, además de convertirse en ideología oficiante, deviene en dogma, en religión. “Todo es semilla” (Alles ist Samekorn), acuñó el poeta romántico Novalis; en filosofía todo es semilla, es plantar, claro, la tarea del filósofo de plantar la semilla es sin pedir nada a cambio, pues él sabe bien que no verá germinar lo plantado, que son las ideas. La filosofía nunca gana; siempre es perdedora, y no puede triunfar porque su carrera es infinita. No importa que “juegue” bien o mal. La filosofía es o no es, tal es el reclamo shakesperiano. Cuando logra ser, es. Esto parece una tautología, pero no lo es. El color negro existe, sin embargo, no-es-blanco. La filosofía siempre es; ahora, no siempre logra ser. El ser de la filosofía se ubica en el triunfo de una época, por ejemplo, el idealismo filosófico alemán fue la filosofía oficialista en tiempos de la monarquía prusiana y los Federico Guillermo. Por el contrario, el no-ser también es una forma de existencia y cuando la filosofía no-logra-ser, es, en la medida que existe, aunque no resulte vencedora; pues quien duda del triunfo del pintor holandés van Gogh, que en vida sólo pudo vender un cuadro. La filosofía es suerte. Rectifico. El triunfo de una filosofía es suerte. El establecerse en filosofía oficial va permeado por la suerte. Es como dice Mefistófeles en el Fausto goethiano, “estos idiotas nunca entenderán cómo van encadenados méritos y suerte”, para seguidamente afirmar, “si tuvieran la piedra filosofal, a la piedra le faltaría el filósofo” (Goethe, s/f, p. 76). En efecto, en la historia de la filosofía cuando ha habido piedra filosofal no han existido filósofos, y cuando han surgido grandes filósofos no ha habido piedra filosofal; entiéndase por piedra filosofal la realidad objetiva, las condiciones objetivas, la estructura externa y existente real. Tal como lo entendiera la filósofa Agnes Heller, la filosofía presenta una doble cara: el sistema y la actitud filosófica; aquella entendida no representa lo que se conoce como “sistema filosófico” pues muy pocos filósofos han logrado hacer un sistema sino hace alusión al sistema como espíritu de una época, y ésta, concebida como el deber ser del sistema, como el actuar práctico ante el pensamiento. Pero esto no quiere decir que sistema y actitud filosóficos estén separados en dualismo epistémico, pues uno es consecuencia del otro y se legitiman mutuamente. Esta “doble cara” de la filosofía de la que hablara Heller tiene que ver con la entronización más o menos de las filosofías en una realidad determinada, ya que en ocasiones sucede que grandes sistemas filosóficos no logran calar a profundidad en su tiempo y sin embargo existe la actitud filosófica, y viceversa, cuando el sistema se logra imponer, pero la actitud del momento no lo acompaña. Se notaría pues que el marxismo no triunfa en vida de su creador Carlos Marx, para alcanzar su punto más alto treinta años después con el triunfo de la primera revolución socialista de la historia en la Rusia de Lenin. Y lo opuesto, después de la muerte de su líder, existía una actitud revolucionaria real pero el sistema filosófico original había “trocado” en una caricatura y por lo tanto inexistente. Algo parecido sucedió con la experiencia de los países socialistas de Europa, que en medio de la transición echaron mano del marxismo, como esquema de pensamiento filosófico, para oficializarlo en su sistema y lograron lo contrario a lo que exponía la teoría revolucionaria: creación de otros ismos, estancamiento de ideas, copias mediocres, y dogmatismo. Mataron lo dialéctico de la teoría marxista, que es el cambio y la transformación. En Cuba, por ejemplo, pasó algo muy particular —además de las especificidades que presenta el proceso revolucionario cubano en sí y la excepcionalidad del líder Fidel Castro—, y fue la fusión única del marxismo con el ideario martiano. Hecho sin precedentes en la historia, pues se logró fusionar la teoría más revolucionaria con el pensamiento nacional. Tal vez, esta sea la clave de la trascendencia de la Revolución cubana. Cuando triunfa en 1959, por un lado, se afianzó poco a poco el marxismo (especialmente después de abril de 1961), y por el otro, el ideario martiano, que venía en la génesis del imberbe proyecto desde los días moncadistas de 1953. Esta peculiar fusión mantuvo a raya la línea imaginaria que resultó corrompida en otros países socialistas, conocida como el fanatismo o la exageración del marxismo con sus muchos ismos; existieron ismos como cada país socialista hubo (leninismo, estalinismo, maoísmo, jucheismo). No olvidar lo que decía Jacques Derrida, “lo que es hegemónico en la filosofía se constituyó por el desconocimiento, la negación…” (Derrida, 2001, p. 13). En Cuba no se estableció oficialmente ni lo uno ni lo otro, sino conjugación armoniosa de ambos; o más bien, tanto la teoría marxista como el ideario martiano eran parte integral de la conciencia nacional. Con idas y venidas, con períodos de crisis y de aparente tranquilidad, se mantuvo hasta hoy la unidad ideológica del país. Ahora, esto no quiere decir que la filosofía sea incompatible con la ideología, pues dentro de las funciones de la filosofía se encuentra la ideología. De una forma o de otra los sistemas filosóficos siempre han intentado legitimar un pensamiento que se convierta en patrón ideológico. Esto resulta contradictorio con el mismo fin de la filosofía, pues, cuando ésta se desembaraza de lo que es, cuestionar la realidad, desestancar el pensamiento, y se vuelve credo oficial ideológico, deja de increpar y resolver problemas para homologarlos, o sea, oficializarlos. El filósofo puede formar parte de la oficialidad o de la legitimidad de un sistema social determinado, y si bien en ese paso dado el filósofo puede seguir aportando y tributando al gobierno, dejaría inevitablemente de construir y desarrollar sus propias categorías para mantener y reordenar en la práctica el aparato categorial del sistema estatal actual. O sea, el ejercicio de filosofar se mantendría —no se deja de ser filósofo por subordinarse a algo—, pero ya no sería lo creativo y libre que puede ser, pues limita el trabajo intelectual a justificar un sistema establecido con sus propias características funciones y estructurales. El ejercicio crítico dejaría de ser con respecto a la cosa u objeto, para corresponder a normativizar el estado de cosas existentes y predominantes con respecto, si fuera el caso de la ideología de un país, a lo Otro o lo de afuera, y no precisamente hacía el interior. Algo parecido fue lo que pasó con países socialistas como la Unión Soviética, Alemania Democrática, Corea, China, cuando se transitó de posibles filósofos a ideólogos en potencia. Esto, por supuesto, es totalmente entendible; son más importantes los destinos reales de un país que pensarlo, es más significativa la nación que el filósofo.
Al respecto, el filósofo mexicano Leopoldo Zea expone,
Filosofía no es ni tiene que ser un determinado sistema, no tiene necesariamente que expresarse con sistema; por el contrario, el sistema es pura y simplemente la expresión formal de una filosofía, como lo ha sido la poesía en un Parménides, las máximas en un Marco Aurelio, los pensamientos en un Epicteto o un Pascal, y otras muchas formas que no son las sistemáticas. Lo filosófico es la actitud. Actitud que origina determinados frutos. La admiración, decían los primeros filósofos de la humanidad, es el origen de la filosofía. Admiración que es, también, preocupación frente a una realidad problemática. Es el problema el que originaba la filosofía y la no solución del mismo, aunque esta solución sea su afloración. Son las “aporías”, callejones sin salida del hombre, los que dan origen a la admiración, a la preocupación, y a la necesidad de resolverlos racionalmente para alcanzar su solución material (Zea, 1976, p. 516).
Pero, la pregunta inicial de qué es la filosofía, ¿de qué va? ¿qué encierra o qué es? La filosofía se ocupa del estudio del problema del ser, del pensar y del deber ser. A la primera área de su objeto de estudio se le llama ontología (Ser); a la segunda, gnoseología (pensamiento); y a la tercera, axiología o ética, que incluye el estudio de los valores y la moral. La interrogación “¿qué es la filosofía?” entraña dos preguntas; primero, hace referencia a qué se entiende por filosofía en sí, y segundo, interroga sobre si la filosofía es considerada una ciencia. En la pregunta general, esta última es la que establece la importancia fundamental y la que más nos importa desarrollar ahora, ya que la primera atiende a la Historia de la filosofía y a lo que han planteado e interpretado los filósofos a través de la historia, siendo un trabajo arqueológico/cronológico y no filosófico netamente. Ahora, la segunda cuestión, y la más importante, de si la filosofía es una ciencia, lleva a responder la pregunta de ¿es comprendida la filosofía como una ciencia? Para responder a esta pregunta hay que remitirse a los propios orígenes de la filosofía y sus desprendimientos en otras ciencias. Desprendimientos que formaron en cierta medida a la filosofía como la forme culturelle más predominante en las Ciencias Humanas, caracterizada por la interdisciplinariedad. Sobre esto, hay que aclarar que las ciencias históricamente han sido comprendidas como el estudio del mundo físico, por esto resulta polémico que algunas ciencias como la matemática o la psicología, incluyendo a la filosofía no sean entendidas como ciencias, pues su objeto de estudio se ocupa cuestiones intangibles. La cuestión no sólo radica en interrogar a la Filosofía sobre la forma de objetividad que pueda alcanzar como ciencia, sino en interrogarla como cualquier otra forma cultural. ¿En qué sentido la filosofía es una forma de saber y si dicho saber podría considerarse ciencia? Esto no se refiere a la pregunta por la datación histórica de su constitución en ciencia, plantea además cuando se inscribe en la historia de las demás formas culturales, a partir de la oralidad, la literatura, el teatro. En efecto, las Matemáticas, las Ciencias naturales que después devinieron en la Física, la Antropología, la Sociología o la Psicología, no hicieron otra cosa, como ciencias particulares, que retomar una serie de preguntas que habían sido objeto de estudio de la Filosofía. Baste recordar, desde las matemáticas la polémica en torno al cálculo infinitesimal entre Newton y Leibniz donde se definió a partir de algoritmos las series infinitas; o la revolución científica en la física que incluyó a ilustres pensadores como Nicolás Copérnico, Giordano Bruno, Johannes Kepler y Galileo Galilei, en la cual se cuestionaban el Mundo y su realidad física; o la Antropología irrumpiendo a inicios del siglo XIX con la Lógica de Immanuel Kant reflexionando y preguntándose por primera vez ¿Was ist der Mensch? (¿qué es el hombre?) a partir de ¿qué puedo saber/conocer?, ¿qué debo hacer? y ¿qué se necesita esperar? que es ¿qué se me está permitido esperar? (Kant, s/f, p. 13), pero desde la finitud, el hombre como ser finito, y no desde lo infinito o Dios como se había planteado anteriormente en la religión, en la escolástica; o la Sociología que inaugura Marx a mediados del XIX interpretando los fenómenos y procesos humanos desde las sociedades y las relaciones sociales; o la Psicología con el descubrimiento del inconsciente por Sigmund Freud reconvirtiendo el pensamiento pues mostró como resultado que no sólo el hombre tiene el inconsciente sino que éste forma parte de la colectividad, los grupos sociales, la cultura. Los nuevos objetos de estudio creados por las demás ciencias fueron creando un corpus científico stricto sensu, al interior de la Filosofía. Así se fue conformando la Filosofía en ciencia; de a poco, y no en un tiempo o lugar determinado.
Preguntar. Cuando el filósofo pregunta hace un ejercicio fundamental de su profesión. Preguntar tiene un criterio existencial. O sea, preguntar es un modo de ser de la existencia humana. Ahora en filosofía no toda pregunta es necesariamente filosófica, sólo es una pregunta filosófica aquella que se pregunta sobre la existencia en sí al preguntar. Cuando el filósofo pregunta sobre lo existencial se cuestiona la existencia misma. No se estaría frente a una pregunta de tipo filosófica cuando se pregunta ¿qué hora es?, ¿cuándo pasa el ómnibus? o ¿quién se comió el pan? Esto es algo parecido a lo que pensaba Heidegger sobre el filosofar, como aquello que consiste en preguntar por “lo extraordinario”, entendiendo lo extraordinario no sólo aquello por lo que se pregunta, sino el preguntar mismo. El Ser resulta la primera instancia de lo que sigue. Luego, preguntar por el Ser es preguntar por lo preguntado (antes) por el Ser. Pero preguntar también es plantear un problema; no sólo se filosofa preguntado la existencia, también hay la pregunta detrás de las existencia sobre las propias formas de la existencia, esto es el problema con respecto a la existencia. Después de existir, se pregunta las distintas formas de existir. El problema se pregunta por los múltiples modos de la existencia. El problema no es en éste caso lo que significa semánticamente, sino que hay más de una opción frente al problema de la existencia. Estamos frente a un problema en filosofía cuando hay más de un camino frente a lo preguntado, como planteamos anteriormente. Mientras haya preguntas habrá filosofía. Así la pregunta se vuelve la cuestión más importante en la filosofía, además de ser la más antigua. Incluso, al responder la pregunta no se termina la filosofía, más bien abre más preguntas. Es interminable. Otro momento del preguntar filosófico es cuestionar las respuestas, cuestionar lo existente, lo establecido. Refutar. Cuestionar lo que se afirma. Contradecir la creencia. Preguntar sobre las respuestas dadas es ser escépticos, y la filosofía requiere de cierta dosis de escepticismo. Dudar no es no-saber; dudar es ir más allá. Dudar en filosofía es filosofar. La duda es una de las principales armas del filósofo. Por otro lado, la pregunta no es un problema del pensamiento. La pregunta también pasa por la experiencia. Conocer que una cosa es así y no de otra forma implica cierta experiencia previa. Da a entender que ya se preguntó lo preguntado anteriormente, y sobre todo ya ha sido respondido. Por esto se sabe sobre lo preguntado. La pregunta ya tiene respuestas. La experiencia forma parte de la pregunta, y no como el sentido común lo entiende, como desconocimiento. El no conocer algo es no tener idea de ello. Cuando se pregunta por algo, se pregunta por las respuestas anteriores (positivas o falsas) de la pregunta. Una de las primeras preguntas que se pueden plantear es la cuestión de la diferencia entre quién y qué. ¿Es el pensar por alguien o es el pensar por algo? ¿Puedo pensar algo por la absoluta singularidad de quién es?—“Te pienso porque tú eres tú”. O ¿pienso las cualidades por lo que me puede aportar el Ser, la ontología, la gnoseología, la ética? ¿Se puede pensar a alguien o se puede pensar algo de alguien? La diferencia entre quién y qué al Ser de la ontología, separa el ser. ¿El ser existe por qué lo pienso como una absoluta singularidad, o por qué pienso la manera como se revela ante mí? Con frecuencia la filosofía comienza con alguna interrogante de éste tipo, donde se encuentra lo Uno y lo Otro, y el filósofo quiere saber si el Otro es de éste modo o es de otro. Sin embargo el pensamiento filosófico muere cuando se cruzan quién y qué, pues se siente traicionado. La filosofía necesita ser esto o aquello. En la muerte del pensamiento, parece que Uno deja de pensar a Otro, no porque sea quién es, aunque sí porque es de tal forma y de tal otra manera. Es decir, la historia del pensamiento filosófico, se divide entre el quién y qué. El qué es fundamental en la filosofía, es la cuestión del Ser, y a la vez, es la primera pregunta de la filosofía ¿qué es Ser? La pregunta por el Ser está en sí misma siempre dividida entre el quién y el qué ¿Es el Ser alguien o es alguna cosa? Vuelve a surgir la amenaza por la diferencia entre el quién y qué. Cuando se pregunta ¿qué es la felicidad? o ¿qué es la ciencia? se pregunta por la definición de un concepto. Entonces la pregunta ¿qué es algo? es una pregunta de la forma. Luego, conocer el qué responde al objeto y sus fenómenos: el ser y el no ser, los que se conoce y no se conoce, el bien y el mal, el mundo, el hombre, el movimiento, los seres vivos y los seres no vivos, Dios… Así la filosofía se encarga de todas estas cosas, que son todas las cosas, conocidas y por conocer. La filosofía es una ciencia universal. A esto, seguramente alguien refutará que la medicina o la anatomía tratan sobre el hombre; es su objeto de estudio. Esto es verdad. Pero mientras la anatomía estudia los órganos, la filosofía se encarga del hombre en sí, por dentro; no para indagar su interior biológico sino para interpretar su alma, su espíritu, su pensamiento. Dirán también, esto le corresponde a otra ciencia como la psicología. Cierto. En oposición a la psicología que estudia el pensamiento del hombre, el Yo interior, su comportamiento y conducta, la filosofía no estudia lo inmediato que es ese análisis psicológico del hombre que hace la otra ciencia y que por lo general tiene una afectación externa, o si es interna depende de otra causa, a esto lo llamaríamos causas secundarias o terciarias; por el contrario, la filosofía estudia siempre las causas primeras.
Concepto. Existe el criterio de que la filosofía es concepto. Así pensaban Gilles Deleuze y Félix Guattari cuando entendían la filosofía como la creación de conceptos (Deleuze & Guattari, 1993, p. 11), y sobre todo conceptos novedosos, para plasmar la firma de conceptos propios; así la filosofía sería el Mundo de las Ideas de Platón, la sustancia de Aristóteles, el cogito de Descartes, las mónadas de Leibniz, el contrato social de Rousseau, el imperativo categórico de Kant, la potencia de Schelling, el Espíritu Absoluto de Hegel, el anti-Cristo de Nietzsche, la fenomenología de Husserl, el tiempo de Bergson, el Dasein de Heidegger, el existencialismo de Sartre, la différance de Derrida… Por supuesto, la filosofía es aquella área del saber que se encarga, entre otras cosas, de elaborar conceptos. Esta es una de sus funciones. A cada época histórica corresponderá un sistema conceptual equis. Pero, la idea de que la filosofía es sólo conceptos no es completa. Sería simplificar la filosofía al nivel cognitivo, o sea, a una de sus ramas, la gnoseología, denostando las demás como la ontología o la ética, y su utilidad práctica.
Decía Michel Foucault que la filosofía es la forma cultural más característica y general del mundo occidental (Foucault, 1994, p. 438).[1] La filosofía es el espejo donde siempre se refleja la cultura occidental. La filosofía es como el mito de amor entre Narciso y Eco, donde el saber en cuestión representa a Narciso, y la ninfa Eco figura la ciencia, la política, la ideología, la religión, el arte, la literatura. “Filosofía” joven, bello, sublime, enamorante, perfecto, y muy narcisista, ya que se haya enamorado de él mismo y siempre se contempla a sí mismo, pero éste mirarse a sí, es mirar adentro, es reencontrarse consigo mismo, es una búsqueda constante, por esto no envejece Filosofía; en cambio la ninfa “Eco” siempre repite la última frase de Filosofía, no tiene voz propia, está a la espera del nuevo y último pensamiento de Filosofía para tomarlo, por supuesto, toma la frase última, la hojarasca del saber para replicarlo. La ninfa Eco (ciencia, política, ideología, religión, arte, literatura) padece el mal de repetir lo que diga el bello Filosofía, aunque éste sea narcisista y sólo piense en él. Por esto, la historia tiene sus razones: cuando Filosofía anda mal, Eco anda mal; cuando Filosofía se las ingenia y renueva el firmamento, Eco casi al momento toma una bocanada de aire de éste y se renueva también, claro, siempre tomando la última frase de Filosofía para hacer arte, ciencia, política, literatura…
El filósofo es un ser autónomo, o sea, se rige por el nomos propio, se da la regla a sí mismo, adscribe sus propias leyes; pero esto nada tiene que ver con el libre albedrio o el desenfreno puesto que estas normas se las da en sí y para sí. Contradice lo exterior, lo existente, pero esa contradicción es para sí mismo. El ejercicio intelectual que realiza no tiene relación con el poder, aunque siempre intente cambiar lo real existente. Esa es su finalidad. Finalidad que se da según la idea aristotélica de que el fin no es tal fin, sino el fin como mediador a otro fin. El fin es infinito, o más bien mediador de otro. El filósofo no tiene que andar justificando sus pensamientos, según citara Marx en el prefacio de su tesis doctoral, “es por cierto una especie de injuria para la filosofía cuando se la constriñe —a ella, cuya autoridad soberana debería ser reconocida en todas partes— a justificarse, en cada oportunidad, a causa de sus consecuencias y a defenderse desde el instante que entra en conflicto con cada arte y ciencia. Esto hace pensar en un rey que fuera acusado de alta traición contra sus propios súbditos” (Marx, 1971, p. 6).
La filosofía tiene que ser un éxtasis (ec-tasis), una salida del hombre de sí mismo y una proyección activa del sujeto que conoce sobre el objeto que quiere ser conocido y viceversa, una acción del ser humano sobre las cosas. En la filosofía hay que hacer como en la Reforma cuando Lutero propuso la libertad del hombre, sin dejar de lado la religión, pero la relación del hombre con Dios sería a nivel individual, no a través de la Iglesia, orar al Padre no en el templo sino en el Espíritu; entonces, la filosofía tiene que buscar la liberación del hombre pero en el nivel humano y dejar de adoctrinar sistemas, ismos, y sin dejar de filosofar, pues la filosofía siempre va a resultar la emancipación del hombre. El ser humano es finito; la filosofía, infinita. Aunque la filosofía es la esencia de su época, siempre mira al futuro. Nunca se acaba o completa. La filosofía es futuridad. Slavoj Žižek expone que la melancolía es el principio de la filosofía, partiendo de que la melancolía se produce cuando se consigue el objeto deseado, cuando se llega a la finalidad de las cosas. Son pedazos de lo que fue, lo que es, y lo que será. La filosofía es lo Otro, aquello que está fuera de mí, logra admiración en mí y a la vez es impredecible. La filosofía es el porvenir.
En los tiempos actuales donde es más importante “consumir” que pensar, y donde lo fundamental de la vida se ha vuelto el fin último, la finalidad de las cosas, la búsqueda constante del resultado pragmático del por qué pienso o por qué hago esto o lo otro, etc., la filosofía se nos presenta como una forma de buscar, nunca una garantía de hallar ni de obtener y esto es muy malo para el consumo, la filosofía se vuelve imprescindible; según Fernando Savater, “la filosofía es la herramienta que nos permite cuestionarnos” (Savater, texto digital) y alimentar nuestro espíritu crítico. La filosofía nos hace humanos.
Bueno, G. (1995). ¿Qué es la filosofía? (2da ed.). Oviedo: Pentalfa Ediciones.
Deleuze, G. & Félix Guattari. (1993). ¿Qué es la filosofía? (trad. Thomas Kauf). Barcelona: Anagrama.
Derrida, J. (2001). ¡Palabras! Instantáneas filosóficas. Madrid: Editorial Trotta.
Foucault, M. (1994). Dits et écrits, 1954-1969 (vol. I). Paris: Éditions Gallimard.
Goethe, J.W. (s/f). Fausto. http://bibliotecadigital.tamaulipas.gob.mx/archivos/descargas/31000000495.PDF
Kant, I. (s/f). Lógica. https://biblioteca.org.ar/libros/89474.pdf
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Savater, F. (2009). La aventura de pensar. https://www.filosofia.mx/la-aventura-de-pensar-f-savater/
Zea, L. (1976). El pensamiento latinoamericano. Barcelona: Editorial Ariel.
[1] La philosophie est-elle une forme culturelle? (…) Je pense que c´est le grand problème dans lequel on se débat maintenant; peut-être la philosophie est-elle, en effet, la forme culturelle la plus générale dans laquelle nous pourrions réfléchir sur ce qu´est l´Occident. (“¿Es la filosofía una forma cultural? (...) Creo que este es el gran problema con el que ahora estamos luchando; quizás la filosofía es, de hecho, la forma cultural más general en la que podríamos reflexionar sobre lo que es Occidente”).